El horizonte se hallaba quieto y esquivo. Taciturno se
paseaba esperando un milagro, una caricia furtiva, una sorpresa que lo sacará
de la más indómita mediocridad. Le quemaba la hilaridad con que los estúpidos
se refugian de su falta de temperamento. Una vez soñó que lo imposible se
concretaba si primero se lo anhelaba. La gente lo tomaba por loco, y qué más da
si poco importaba lo que la gente creyera si el universo de Ulises era utópico
para los pobres de espíritu. Era increíble que en esa cabeza cupieran tantas
historias, tantas teorías, tantas palabras, tantos silencios que condensaban
universos paralelos.
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