Era un día de esos en que las cosas no salen como uno
quiere, en donde el mayor esfuerzo se va como el agua entre los dedos. Esperaba
quizás una señal que indicará que todo iba a estar bien y lamentablemente no
llegaba ni esa sensación, ni la paz, ni el respiro. Se deshacían las horas y el
temor me invadía. Cómo soportar sin escaparme, cómo hacerme fuerte en mi
debilidad, cómo decidir ser una mujer nueva cuando lo peor de la vieja no
quería abandonarme. Era despojarse de la piel. Era transfigurarse como Cristo
en el Cerro. Era la transformación del escenario, dejar ir lo que duele y
acariciar lo que llega. Dejar de ver con envidia los bienes ajenos, sin poder
apreciar lo que es mío. Un trabajo titánico el de romperse y modelarse de
nuevo. Ver detrás del espejo la verdadera naturaleza. Quizás lo más tenebroso
es reconocerse desnudo. Sin un argumento que cubra la llagada existencia. Hay
veces creo que hay alguien en algún lugar que se divierte de mis cavilaciones,
de mis miedos, de lo que me enoja. Y que
a la vuelta de la esquina pretende decirme “te lo dije, no vale de nada
preocuparse. Esto es un gran juego, el objetivo aprender y reír aunque el
tiempo no acompañe”. Mi vida como si fuera una gran montaña rusa pasa de la
tragedia a la comedia sin prisa y sin pausa. Los recuerdos como acreedores
siniestros reclaman todos los días en la puerta su paga y yo cual proletario
esclavo depositó mi felicidad una y otra vez a estos usureros.
Últimamente lo que daba sentido dejó de tenerlo y me debato
entre buscarme y encontrarme. Algunas veces se me hace claro, la esperanza como
espadachín alada viene y me inyecta sueños nuevos, otras veces mi tristeza me
lleva a caminos muy desvariados y creo que se acerca el fin. Qué capacidad para
autoflagelarse. La muerte, siempre merodea como un león buscando presa y allá
voy yo enfrentando los demonios a diestra y siniestra. Ellos habitan en los
pensamientos, se alimentan de mis enojos, del no perdonarle a la vida que me
arrebatara lo que más amaba. Todavía me doy vuelta cuando alguien grita “Mamá”.
Sus voces pueblan mis sueños y por momentos creo que no pasó nada. Es increíble
como lo pequeño se hace gigante en la adversidad. Lo bueno se hace maravilloso
y se aprende a retener la magia que esconde una caricia, el brillo de unos ojos
que nos aman. Se aprecian los momentos
preciosos que traen sosiego y dan descanso al fatigado viaje.
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