viernes, 14 de agosto de 2015

Era un día de esos en que las cosas no salen como uno quiere, en donde el mayor esfuerzo se va como el agua entre los dedos. Esperaba quizás una señal que indicará que todo iba a estar bien y lamentablemente no llegaba ni esa sensación, ni la paz, ni el respiro. Se deshacían las horas y el temor me invadía. Cómo soportar sin escaparme, cómo hacerme fuerte en mi debilidad, cómo decidir ser una mujer nueva cuando lo peor de la vieja no quería abandonarme. Era despojarse de la piel. Era transfigurarse como Cristo en el Cerro. Era la transformación del escenario, dejar ir lo que duele y acariciar lo que llega. Dejar de ver con envidia los bienes ajenos, sin poder apreciar lo que es mío. Un trabajo titánico el de romperse y modelarse de nuevo. Ver detrás del espejo la verdadera naturaleza. Quizás lo más tenebroso es reconocerse desnudo. Sin un argumento que cubra la llagada existencia. Hay veces creo que hay alguien en algún lugar que se divierte de mis cavilaciones, de mis miedos, de lo que  me enoja. Y que a la vuelta de la esquina pretende decirme “te lo dije, no vale de nada preocuparse. Esto es un gran juego, el objetivo aprender y reír aunque el tiempo no acompañe”. Mi vida como si fuera una gran montaña rusa pasa de la tragedia a la comedia sin prisa y sin pausa. Los recuerdos como acreedores siniestros reclaman todos los días en la puerta su paga y yo cual proletario esclavo depositó mi felicidad una y otra vez a estos usureros.


Últimamente lo que daba sentido dejó de tenerlo y me debato entre buscarme y encontrarme. Algunas veces se me hace claro, la esperanza como espadachín alada viene y me inyecta sueños nuevos, otras veces mi tristeza me lleva a caminos muy desvariados y creo que se acerca el fin. Qué capacidad para autoflagelarse. La muerte, siempre merodea como un león buscando presa y allá voy yo enfrentando los demonios a diestra y siniestra. Ellos habitan en los pensamientos, se alimentan de mis enojos, del no perdonarle a la vida que me arrebatara lo que más amaba. Todavía me doy vuelta cuando alguien grita “Mamá”. Sus voces pueblan mis sueños y por momentos creo que no pasó nada. Es increíble como lo pequeño se hace gigante en la adversidad. Lo bueno se hace maravilloso y se aprende a retener la magia que esconde una caricia, el brillo de unos ojos que nos aman. Se aprecian  los momentos preciosos que traen sosiego y dan descanso al fatigado viaje.

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