Era
un camino largo, con riscos, con valles prometedores. De pronto el desierto más
árido lo cubría todo. La inmensidad de la nada, el sinsabor del no saber hacia
donde ir. Qué camino me llevaría a una nueva tierra fértil, que despeje la
muerte que acechaba a cada paso. No se escuchaba sonido alguno, salvo mis
pensamientos y el latido, algo tenue de mi corazón. Fatigosas horas, de
desaliento y dolor transcurrían lentas a cada paso hacia el lejano sol. Dunas
tramposas que escondían serpientes que se mezclaban con el ambiente. La boca
seca, el cuerpo ardiente por el sol abrasador. Silencio de duelo. En mis peores
pesadillas, soñaba una muerte así. Ya sin fuerzas me desplomo sobre la arena,
su calor me engulle, me ciega. Un minuto después una tormenta cubre el cielo.
Sola yo ante la oscuridad. Cae una gota de néctar divino y otra y otra más. La
lluvia baña el desierto, baña sus dunas, humedece su pobre tierra sedienta y me
trae esperanzas
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