Cuentan que los antiguos relojes italianos tenían esta inscripción (acuérdate de vivir),
que refería a no permitir que la tiranía del tiempo te robe la capacidad de vivir, hasta el
último segundo de vida, como quien bebe agua con fruición en un día de verano.
El escenario donde somos el actor principal que tiene una y
definitivamente una oportunidad para demostrar el talento. El momento de la
verdad donde se juega el todo y nada.
La naturaleza nos transmite grandes lecciones de una simpleza
ejemplar, como el desempeño de héroes anónimos: los árboles. Que transforman
nuestro sucio aire, en oxigeno.
Que cobijan a los pájaros y otros animales sin preguntar su
religión, su raza, ó su situación
económica.
Se mecen con el viento, bailan con el sol, se dejan atrapar
por una enredadera y acariciar por la lluvia.
No se apresuran, saben que todo es a su tiempo: ni antes, ni
después.
Hacen su mejor papel, cada
día exhiben su magnificencia con la humildad de los grandes. Hacen
brotar ramas y hojas en donde fueron lastimados. Donde su savia desangraba, hoy
hay un brote de esperanza.
Donde el otoño lo despojó de sus ropas, estoicamente resiste
la crudeza del invierno.
Se hace madera para
quien tiene frío. Mesa y silla para compartir. Se hace cuna para recibir una
nueva vida. Se hace calor, se hace protección, se hace entrega en cada fase
de su vida y haciendo esto hace su
maravilloso protagónico.
Y en primavera renace. Abre sus brazos a la explosión de
colores y comparte su mayor regalo: su fragancia.
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