La vida nos interpela acerca de nuestra
percepción, de cómo observamos lo que nos rodea, como interpretamos lo que nos
sucede.
Nos hace poner en foco, como las
pequeñas cosas pueden ser la diferencia entre un buen y un mal día. Y cómo
estas están disponibles para todos.
Un día me pregunté ¿porqué el
principito decía que lo esencial era invisible a los ojos? y quizás por esa razón empecé a ver más allá
de lo que veo:
Descubrir el fantástico vuelo de una
mariposa, sentir el canto de un pájaro que te alumbra las mañanas, despertar la
atención al sonido del viento meciendo
las hojas, el latido de un corazón enamorado, el destello de una estrella
distante, el asombro de ojos de un niño ante una calesita, el sonido del agua
corriendo en un arroyo.
Cada minuto guarda tesoros de ayeres
idos y mañanas posibles.
Es una invitación a sentarse a
deleitarse, a saborear el espectáculo que abre el telón cada mañana.
A abrir el corazón a la dicha de
estar vivos y decirle sí a la alegría de poder sentir, de poder reír, de
bailar, de correr, de jugar.
Permitirnos por un momento, un día,
darle día libre a la solemnidad, a la seriedad y volver a ser niños de nuevo.
Esperar con ansias que un rayo de sol
nos haga cosquillas otra vez.
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